Décadas atrás, cuando trabajaba en la campaña de un candidato a la Presidencia, recibí una llamada por teléfono fijo. La persona, a quien había conocido en otro contexto, me solicitaba una reunión reservada, casi secreta. Acordamos día y hora y, puntualmente, se apareció en la oficina. Tomando todos los recaudos que me había solicitado, empezó su alocución.
Me ofrecía “abundante
documentación” sobre varias irregularidades que habría cometido el padre de uno
de los candidatos oponentes, en función pública, insinuando que, con tales
“pruebas”, se podía afectar la candidatura del hijo.
Por supuesto que no me
mostró algo de aquello. Lo que quería era venderme información y seguramente
esperaba, ansioso, que le preguntara sobre el precio de tan “generoso” hallazgo.
Lejos de hacerlo, le pedí que se retirara, no sin antes recordarle que el
candidato era el hijo, no el padre.
Supongo que el oficioso
traficante anduvo con el mismo cuento por otras campañas, pero como nunca vi
publicaciones al respecto, imagino que recibió una respuesta similar a la mía,
lo que habla bien de un sistema de partidos que conocía límites a la hora de
atacar a los rivales.
La pasada semana saltó a
la luz la renuncia de una candidata a senadora a raíz de una “denuncia”
vinculada a actividades ilegales de su padre, quien se encontraría cumpliendo
pena de prisión en otro país.
Podría decirse que, por
tratarse de un punto de eventual vulnerabilidad dadas las formas poco
honorables del juego político en la actualidad, hubiese sido mejor no arriesgase
a la postulación, aunque la renuncia, de algún modo, evita el objetivo real del
avezado vocero -luego desautorizado por su jefe de campaña- cual era afectar al
candidato a Presidente.
¿Merecía tal despropósito
una respuesta/contrataque de parte de la campaña aludida? El propio candidato
se encargó de restarle importancia, pero no faltó el torpe que devolvió
gentilezas aludiendo al padre del vicepresidenciable contrario, cosa que ya se
conocía y no había pasado a mayores, insinuando que la condición de éste era la
fuente de financiamiento de la campaña de enfrente.
En buena hora, ambos
personajes fueron criticados, aunque lo ejemplarizador hubiese sido apartarlos
de sus respectivas alianzas. Algo es algo, sin embargo.
Esto también nos previene
de que un hecho ampliamente conocido como es la participación del padre de un
tercero en disputa en los hechos que culminaron en el asesinato de los esposos
Andrade, en el Chapare. El hijo, seguramente, se encontraba cursando la
secundaria; por tanto, no debería mezclarse en la pugna. ¡Hay tantas otras
cuestiones personales que sí deben ser dichas!
Menos álgida, pero más
extendida, es la tendencia a ver la paja en ojo ajeno que la viga en el propio,
en el fragor de la batalla electoral.
Por tanto, ingresando a la
etapa más dura, en términos de la definición electoral, habrá que calcular con
precisión el calibre de los dardos a lanzarse unos a otros -si bien lo racional
es que la discusión gire en torno a planes, programas y proyectos (tarea de los
candidatos), la campaña es una breve toma de posiciones del contrario mediante
diversas tácticas entre las que se cuentan las “bajas” por información sensible
sobre los ocasionales rivales-, dado que, eventualmente, de darse una segunda
vuelta -lo más probable es sea así- habrá que pactar, puesto que no se puede
gobernar con “pajas”.
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