miércoles, 21 de diciembre de 2016

Morales Ayma, delincuente confeso

Antes de que las hordas del régimen descarguen su consabida artillería descalificadora –“racista”, “agente de la CIA”, “vendepatria”, “cartelero de la mentira”, etc.- contra el autor de estas líneas, voy a curarme en salud: no hago otra cosa que emplear los mismos términos que el señor Juan Evo Morales Ayma usó para referirse a otros ciudadanos con objeto de sacárselos de encima cuando se le cruzaron en el camino. “Delincuente confeso” por aquí, “delincuente confeso” por allá, fue el sonsonete que se le pegó durante una temporada. Posiblemente alguien mencionó tal cosa, al susodicho le gustó y comenzó a repetirla a discreción, sin reparar en el alcance semántico, stricto sensu, de la muletilla. Mi lógica es: Si el caballero se ha referido de tal manera a ciertas personas, ¿por qué no puede este ciudadano referirse al caballero en los mismos términos, máxime si aplicados a éste se cumplen a cabalidad?

Me explico. Para que alguien pueda ser catalogado como, por ejemplo, “acosador confeso” tiene que haber una admisión explícita, en primera persona, de un hecho de acoso cometido por tal sujeto –digamos, “desde hace cinco meses, vengo asediando sexualmente a la señorita X”. Hay, también, formas más sutiles de hacerlo: con rodeos (“no soy acosador, pero...”), mediante preguntas (“¿acaso no me vieron perseguirla a toda hora?”), o utilizando amenazas veladas. En síntesis, es necesaria una confesión.

Cuando don Juan Evo tilda como delincuentes confesos a quienes señala como tales, lo hace de manera retórica puesto que nadie ha escuchado que los aludidos se hayan autoinculpado de la comisión de algún delito –caso contrario, las autoridades judiciales ya habría procedido a aprehenderlos (aunque no se hallan lejos de ello, pero por otras razones)-. Si mañana aparece alguien confesando que asaltó una remesa de la Universidad de San Simón (dado que, de pronto, le vino un remordimiento de conciencia) lo menos que puede hacer la autoridad es arrestarlo como sospechoso del ilícito –preventivamente-.

Así, llegamos al convencimiento de que a quien mejor le calza aquello de “delincuente confeso” es a Su Excelencia, dado que en su caso sí existe una confesión –incluso más de una- que lo involucra en la comisión de hechos ilícitos.

Un primer antecedente –dejando de lado el trillado “yo le meto nomás”-, una confesión más o menos explícita fue “Recordarán ustedes el año 1997, los movimientos sociales me plantearon la candidatura a la presidencia de la república… Acepté porque había un congreso…especialmente el movimiento indígena originaria, era en Potosí. Después de aceptar, retornando de Potosí a Cochabamba, me arrepentí y pensé como un narcotraficante, un asesino, podía ser presidente…” (sic)

Pero el certificado de confesión llegó este 15 de diciembre. “Si vamos a estar toda la vida sometidos a la ley, no se puede hacer casi nada”; a confesión de parte… La por demás clara admisión presidencial de su delincuencial accionar es aún más alucinante considerando que, al menos desde 2009, Morales gobierna con sus propias leyes –CPE incluida-. ¿Le incomodan sus propias normas? ¿No juró, acaso, cumplir y hacerlas cumplir? ¿Qué clase de delincuente tenemos como Presidente?

Por provenir de quien provienen, dichas confesiones pueden tener devastadoras consecuencias sobre la pedagogía de la democracia al colocarnos más cerca del estado de naturaleza que del Estado de derecho –cuya versión en inglés, Rule of law (Imperio de la ley) es más contundente-. Son una licencia para matar.

En un Estado de derecho, Morales Ayma tendría que ser detenido con fines investigativos, como el delincuente confeso que es. Las autoridades judiciales tienen la palabra.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

2016: El año No-Evo

Nos encontramos ya en las postrimerías de la gestión y, con ello, ante el balance de la misma, tanto en lo individual como sobre lo público. Lo primero lo podemos compartir con nuestro entorno más próximo; lo segundo, con todos –los lectores, para el caso-.
Desde 2010, vengo dando mi particular percepción de lo que el año nos dejó como signo de lo acontecido en ese tiempo. Y cada nuevo repaso anual lo realizo refrescando la memoria sobre los que le precedieron –por lo que el espacio se me hace cada vez más corto-. Así pues, comencemos dicho recorrido:

A 2010, siguiendo este criterio, lo denominé el “Año del rodillazo”. Como se recuerda, aunque ya parece un asunto muy remoto, durante un partido de fútbol entre los equipos del Gobierno central y del municipio, el artillero del primero, nada menos que el Presidente, aplicó un artero rodillazo a los testículos de un jugador contrario. Lejos de ser una anécdota, este asunto expresa el modo arbitrario en el que el régimen entiende y practica el poder ("le meto nomás”). Desgraciadamente, lejos de amainar, esta actitud se pronuncia con cada vez mayor torpeza.

2011 fue un año terrible para nuestra sociedad. En la localidad de Chaparina, los marchistas por el TIPNIS fueron salvajemente reprimidos a instancias del entonces ministro de Gobierno, Sacha Llorenti. Una de las formas de tortura que empleó el régimen contra dichos ciudadanos fue sellarles la boca con cinta masking. Por eso lo denominé el “Año del MASking”. La herida no se ha cerrado.

2012 tuvo un signo escatológico. Con el aún irresuelto restablecimiento de relaciones diplomáticas plenas con EEUU en la actualidad, la hostilidad del régimen hacia dicho país se ha morigerado en alguna medida. Pero aquel año, el señor Morales no tuvo empacho en declarar que la relación con dicho país era “una caca”. Obviamente, lo llamé el “Año de la caca”.

En 2103, una de las ramas de la mafia oficialista –la red de extorsión- fue puesta en evidencia gracias, en parte, a la intervención del entonces embajador de las buenas causas del Estado Plurinominal, Sean Penn. Ciertamente, fue el “Año de la extorsión”.

El “Año del Estado Plurinominal”. Así caractericé gestión 2014, en referencia a la incompetencia del Órgano Electoral, el peor que tuvo el país en toda su historia, superando con creces a la tristemente célebre “Banda de los Cuatro”. Las papeletas electorales impresas por encargo de ese remedo de institución levaban el rótulo de “Estado Plurinominal de Bolivia”. En cualquier otra nación, esa grosería hubiese sido causal de anulación de las elecciones –yo sigo insistiendo que tales comicios son ilegales-, pero, bueno, estamos en el medioevo.

El pasado fue el “Año de Petardo” y ya se podía advertir que los signos cambiaban de dirección, que el rumbo era marcado desde fuera del poder. Petardo, la célebre mascota que acompaño a los potosinos en su gesta fue un aliciente para lo que acontecería meses después, es decir los últimos doce meses.

Como yo, seguramente usted recibió, hacia fines de 2015, los deseos de un “Feliz Año No-Evo”. Pues bien, esos deseos se cumplieron ¡Y de qué manera! Quien se creía imbatible y convocara a un referéndum para legitimar su afán reeleccionista, fue barrido por la voluntad popular el 21 de febrero de este año. Pero 2016, el “Año No-Evo”, lo ha sido en toda la forma. Se podría decir que la mezcla explosiva –corrupción, abuso de poder, ineficiencia, ineptitud, etc- que activó apenas llegado al Palacio Quemado, estalló en sus manos causando daños irreversibles a su proyecto de permanencia indefinida en el poder. ¡Que la saga continúe en 2017!