jueves, 24 de noviembre de 2016

Lavarse las manos ¡y sin agua!

Hace aproximadamente siete años, cuando formaba parte de la mesa del programa “Enemigos íntimos”, en radio Fides, el exvicepresidente Víctor Hugo Cárdenas tuvo a bien aceptar nuestra invitación para someterse al no siempre cómodo –para el entrevistado- ejercicio del escrutinio público sobre diversas cuestiones.

Los últimos días me han venido al oído, como si estuviesen sonando hoy, los términos  que la exautoridad nacional, datos en mano, dedicó al asunto del agua, tomándose buena parte del tiempo del programa. Palabras más, palabras menos, Cárdenas, en su admonición final, advirtió que “si no se toman de inmediato las previsiones, el agua desaparecerá de las ciudades en pocos años más”. Dicho y hecho.

El mensaje, obviamente, iba dirigido al régimen, en general, y a los encargados de la gestión del agua, en particular. Me cuesta creer que no lo escucharon –el programa gozaba de algún grado de audiencia, sobre todo la de, por lo menos, gente afín al gobierno que, de tanto en tanto, nos hacía llegar amenazas veladas-. Más bien pienso que, por tratarse de un ciudadano ampliamente conocido por sus críticas al régimen –en la actualidad, con mayor dureza aún- los operadores del mismo, incluidos los “hombres fuertes”, muy pagados de sí mismos por entonces, habrán optado por mofarse de Cárdenas o la habrán considerado como un agente de la CIA en plan alarmista.

Siete años después, el 19 de noviembre de 2016, en Oruro, el señor Evo Morales, tomando por estúpidos a los ciudadanos dice: “No sabía que había problemas en La Paz”, contradiciendo su propia petición de disculpas hecha días antes. Si no sabía de la escasez de agua, ¿por qué qué las pedía? Una vez más la incoherencia del individuo que gobierna el país se hacía patente.

Finalmente, rendido a la evidencia, reconoció –a la manera de un amante que es el último en enterarse de que su pareja le es infiel- que la crisis del agua está ante sus narices y que tira para largo. Como medida política antes que técnica, desconociendo –censurándola sería más propio decir- a la ministra del área, designa un gabinete especial comandado por su factótum, el siniestro Señor de los Camiones, cuyas primeras medidas parecen ahondar aún más la crisis.

Morales y sus llunkus reconocen la existencia del problema –ya sería demasiado que no lo hicieran; la propaganda es inútil cuando la realidad se presenta a ojos vista-. Pero una cosa es reconocer y otra, asumir su responsabilidad –culpa, inclusive- en el desencadenamiento de tan extrema situación.

Como de costumbre, la Nomenklatura oficialista ha salido por la tangente, internamente purgando de sus cargos a sabandijas puestas por ella misma; ¿la MAE? Bien, gracias; ¿el capo de tutti capi? En las nubes. Pero la artillería del régimen ha sido, una vez más, dirigida a factores externos: Doria Medina, la prensa “exagerada”, las redes sociales… Vergonzosa “lavada de manos” que, sin embargo, la han hecho sin agua. Un portento sólo posible con una colosal dosis de cinismo.

En la gestión del régimen hay, por lo menos, un alto grado de imprevisión -con un posible agravante de corrupción- ¿No es corrupción, acaso, destinar ingentes recursos a lujos y placeres, mezquinándoselos a las necesidades más apremiantes de la población: salud, educación, servicios básicos, justicia y seguridad?


Hace poco, en medio de la desesperación de la ciudadanía al borde de la deshidratación y amenazada por enfermedades, el malhechor que vive en las nubes definió sus prioridades mostrándose preocupado por la organización de un cuadrangular de fútbol. Es el mejor testimonio de que, desde hace diez años, a Bolivia la están gobernando con los pies.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

En su propio vómito

Como usted sabe, quien escribe sostiene que el régimen perdió, hace tiempo, el alma (su capital simbólico) lo que, sin embargo, no le impide deambular como ebrio entre la bruma.

En tal condición, tanto sus acciones como las declaraciones de sus operadores son cada vez más atrabiliarias. El tufo dictatorial que rezuma en cada una de ellas es tan notorio que es muy probable que le pase factura a su físico (su capital político) prontamente.

Desde que, mucho tiempo atrás, comenzó a apagarse –y este año se ha portado particularmente cruel con éste- el régimen ha adoptado un comportamiento similar al de una enana blanca, es decir de una estrella en decadencia terminal: extremadamente caliente aunque sin brillo alguno (prácticamente apagada), pero que en su agonía aún puede calcinar a quien ose acercársele demasiado.

Y en su siempre mañoso proceder ha incluido en su repertorio persecutorio su versión –“plurinominal”, podríamos llamarla- de una institución jurídica del medio Evo: las ordalías; esos juicios que, en su fase probatoria, incluían absurdas maneras de probar inocencia tales como la sujeción de barras de fierro candentes, la introducción de las manos del acusado en brasas ardientes, la caminata entre hogueras o la sumersión de la cabeza durante prolongado tiempo en una tina con agua. Obviamente, ante tales torturas, el imputado acababa declarándose culpable e implorando clemencia –si es que llegaba a sobrevivir-.

El régimen, despiadado y ducho en materia de perseguir y judicializar la política, ha ido perfeccionando métodos algo más sutiles pero no menos crueles para despachar a los opositores a las celdas del terrible sistema penitenciario a su cargo. Los presos políticos se cuentan por decenas –Leopoldo Fernández y Eduardo León, probablemente los más emblemáticos- y varios candidatos a correr tal suerte se encuentran en lista de espera.

Las últimas dos semanas le ha tocado el turno a Samuel Doria Medina (todavía no doy pie en bola con el criterio que sigue el régimen para determinar a quién le jode la vida en determinado momento); el caso es que ahora es el turno es del líder de Unidad Nacional y, para ello, el régimen ha fabricado una batería de supuestos delitos sorprendente: sólo falta el de descuartizar en serie, con lo que tendríamos a un verdadero monstruo como accionista mayoritario de “Los Tajibos”.

Pero las condiciones objetivas (e incluso la subjetivas) –en términos marxistas- para continuar con sus fechorías ya no son las mismas que, por ejemplo, para el caso de Fernández. Hoy, la comunidad internacional ya no está encandilada con el cuento del “primer indígena…” y tiene claro con qué tipo de régimen está tratando, lo que lo encoleriza más aún.

Una explicación plausible a toda esta andanada autoritaria podría ser el intento de desviar la atención de la opinión pública de los recientes –paupérrimos- indicadores que dejan muy mal parado al Estado plurinominal –sigo manteniendo la nomenclatura de la papeleta electoral con la que fue elegido Morales la pasada elección general- en materias de corrupción (subcampeón, entre 138 países estudiados por el Foro Económico Mundial para su Índice Global de Competitividad) competitividad  (puesto 121 entre 138 en el mismo informe), balanza comercial (835 millones de dólares de déficit comercial entre enero y septiembre del 2016) y la sostenida caída de las reservas internacionales netas (ahora por debajo de los once mil millones de dólares).

Retomando el modo en el que el régimen se ha farreado la bonanza (“con pies de barro”, como la llamo) y sus efectos traducidos en borrachera de poder, podría decirse que el régimen se está comenzando a ahogar en su propio vómito.