jueves, 27 de marzo de 2014

La uña y la mugre



Hace como cinco años, un canal de cable pasó la  miniserie “Il Capo dei Capi” (El Jefe de Jefes), que cuenta vida y tropelías del mafioso Salvatore Riina. En un diálogo entre los personajes que encarnan la lucha contra el crimen organizado, uno de ellos señala que una cosa –corriente, comprensible- es combatirlo cuando ocurre fuera y otra –miserable, desgraciada- es hacerlo cuando éste se encuentra, se genera y se maneja en el Estado.

Cuando la mafia se instala en el poder político, lo ejercen mediante  redes de extorsión, clanes que controlan los “negocios”,  grupos de acoso al “enemigo”… todo esto arropado en seductores discursos de ética, revolución,  lucha contra la corrupción, liberación –con la adición de localismos al uso como “descolonización”, “proceso de cambio”, etc.-.

El Estado y los mafiosos encaramados en él sostienen una relación simbiótica en la que aquel otorga las “facilidades” –“ajuste”  de los órganos de la justicia y el orden, principalmente- y éstos operan a sus anchas en todas los “espacios” susceptibles de dar buenos réditos, tanto políticos como monetarios: contratos “por invitación”, sobreprecios, narcotráfico, extorsión, contrabando, terrorismo de Estado, siembra de pruebas, avasallamientos… la lista de espacios para la matufia es interminable.

Estado y mafia se vuelven como uña y mugre, tan enorme el primero como sucia la segunda, constituyendo una asociación consustancial en la que, confundidos, impiden la acción de aquellos que intenten tocar sus intereses. Más de una vez terminan silenciados mediante juicios o advertencias de represalias.

Pero, como no hay crimen perfecto, la madeja se va deshaciendo por sí sola, merced a “descuidos” y la hilacha se hace pública.

Hoy, aquel Titanic de la mafia estatal que zarpó desde el puerto de la coca y se hizo dueña del mar parece blandir una bandera S.O.S (Sanabria-Ormachea-Soza) ante su inminente naufragio. Nada menos que los capitanes de la inteligencia, la lucha contra la corrupción y el combate al “terrorismo” están, tras haberse puesto en evidencia sus fechorías, “cantando” de lo lindo fuera del país.

La pregunta, que poco de retórica tiene, es si la mano de la justicia llegará a los coroneles y generales e incluso al jefe de jefes.

jueves, 13 de marzo de 2014

"El Estado es el partido" (y viceversa)

Todo aquello que como convencidos de la posibilidad de avanzar en la construcción del Estado Derecho –con importantes pasos dados en la institucionalización de las entidades pública, por ejemplo- deploramos, en lo que considerábamos una etapa superada de la política en nuestro país, ha tomado forma en lo que va del llamado “proceso de cambio”. Y lo ha hecho sin mayor trámite, retroalimentándose en su propia toma del poder total.

Torpemente al principio, y con pasmosa naturalidad a la fecha, el régimen ha ido destruyendo toda figura de institucionalidad democrática que ha encontrado a su paso y van en camino de consumar su obra.
La tramoya montada para hacerlo ha consistido en ir fundiendo el partido (MAS) con el Estado al punto de no poder separar uno del otro, estableciendo la identidad Estado=partido, partido=Estado.

Nada nuevo, por otra parte, aunque con ingredientes que, como lo mencionara la publicación Nueva Crónica, “Con un agravante: el carácter informal y hasta ilegal de algunas de las corporaciones más importantes del MAS –los cocaleros y los cooperativistas mineros– se traslada al ámbito de los poderes del Estado y al sistema electoral que quedan configurados a su imagen y semejanza”. 

Esta (con)fusión Estado/partido/partido/Estado, puede describirse claramente a partir de acciones que órganos del Estado/partido/partido/Estado se encargan de cumplir: el Judicial, persiguiendo y extorsionando a opositores, el Constitucional, habilitando la candidatura anticonstitucional del dueño del caudillo, y el Electoral justificando (autorizando) la conversión de los consulados en oficinas del MAS.

Asfixiando e inviabilizando expresiones políticas alternativas a la suya, el Estado/partido/partido/Estado persigue la imposición del “partido único”, aberración conceptual por donde se lo mire.

El término “partido”, deriva precisamente de “partes” – unas en competencia con otras-; una inconsistencia lógica que se disfraza eufemísticamente para encubrir la verdadera naturaleza de la bestia: el totalitarismo. Cuba suele ser mencionada como caso paradigmático en esta materia.

Vuelvo a citar a Nueva Crónica: “Mientras la oposición finge que aquí subsiste un sistema democrático de partidos, el partido de Estado avanza en su proyecto de poder sin mayores contratiempos”.